lunes, 4 de abril de 2011

Una melancólica visión al estilo portugués


Reseña de La Caverna

Aldo García Castro
Profra. Janette Góngora

La Caverna es, dicho por algunos, el mejor libro de Saramago, aunque reconoce un servidor que es el primero que lee de él.
            Nos sitúa en un contexto bien definido, a pesar de que el escenario es uno solo, si acaso podría dividirse en dos, y si exageráramos y consideráramos el Centro como otra parte del escenario, habrían tres partes fundamentales de un mismo escenario, la historia está plagada de reflexiones y cavilaciones, que en ese mismo escenario se puede encontrar una riqueza muy grande de contenido.
            Todo empieza con una mala noticia para el vendedor Cipriano Algor, que le avisan que ya no es necesario para el mundo, que su función es obsoleta ya. Él, y en esto consiste principalmente la historia, se aferra a demostrar lo contrario a que no sea así. Nos han enseñado que todo puede lograrse a base de esfuerzo, que todo puede alcanzarse si nos lo proponemos y trabajamos duro pero sólo gente como nuestro protagonista puede desmentirnos de una bofetada. Obnia vinci resulta hacinarse con aquellos bellos adagios, o si no tan bellos sí eran fórmulas del éxito, que al igual que el oficio de alfarero y las figuras que creó, sirven para nada.
            Sin embargo no es del todo fatal lo expuesto anteriormente. En todo el momento “ficcional”, lo que queda claro es la lucha por la sobrevivencia, por tener qué comer. La lucha también por no desprenderse de tradiciones, de costumbres, de riqueza ancestral, al par de no perderlo todo. ¿Cuántos jóvenes existen que estudian carreras que serán más redituables pero que no les apasiona?, ¿Cuánta gente toma un empleo “porque no hay de otra”?, ¿Cuántas “innumerables” veces damos concesiones al sistema, concesiones de vida, de deseo, de gusto, so justificación le irá mejor a uno? Lo que no sabemos y gracias a la Providencia se dio cuenta el suegro, “justo a tiempo”, que esas concesiones, que esas rendiciones, nos conducen a terminar atados, petrificados y muertos. Como Hemingway lo dice, si tú no eres bueno, ni sensato ni virtuoso, también morirás, sólo que tardará más tiempo.
            Hay tres ocasiones que resaltan a la vista. La primera es la astucia de los directores del Centro, que sólo encarnan la estructura y la podredumbre del sistema. Cuando uno de ellos afirma que el secreto de la abeja no existe pero ellos lo  saben. En ese momento Cipriano se da cuenta de lo asqueroso que se ha vuelto el mundo y a los lectores que ya lo sabían se los recuerda.
Este suceso está estrictamente ligado y hace las veces de complementario al segundo por enunciar que es; cuando el jefe de compras le dice que las regulaciones del Centro se han hecho la palabra de Dios, que al igual que la Providencia antes mencionada, ellos son la versión moderna, proveen de bienes materiales y espirituales a los clientes. Le dice que sin este servicio ya muchos hubieran caído en la desesperación, que sin ellos la vida sería, ya de por sí, intolerable.
El tercer suceso es este efecto que tienen las ciudades, tanta distracción y tantas cosas innecesarias pero divertidas, que sólo divierten superficialmente, que en esencia no alteran la melancolía creada por el desplazo ni el sinsentido ni el desacuerdo del “avance”, provoca que las familias, o mejor dicho sus vínculos se destruyan con el silencio, que no se hable nada, que no se comparta nada, una individualización total.
Es importante mencionar que aunque las distracciones de la tecnología y esas cosas divertidas nos hace evadir el sinsentido, jamás han proporcionado un bien espiritual, de hecho ya es una injuria llamar bien a una cuestión de carácter espiritual.
Lo que pasó es que nos hizo consumir más, lo que creó más necesidades y así como la naturaleza de las palabras y de los libros es no tener fin, igual con las necesidades que se crearon, que a su vez crearon otras que crearán otras, no tienen fin.
No hay que dejar pasar la ocasión para darle una justa mención al perro Encontrado, que como en todas las novelas de este tipo, se presta a múltiples interpretaciones, esperemos que la de un servidor salga bien parada.
Como dijo César Millán, el encantador de perros, una familia sin perro no es una familia completa, él mantenía que es el perro el que les da a las familias modernas ese contacto con la naturaleza que tanto se ha perdido. Curiosamente en el Centro de la Caverna, la caverna donde están nuestras concesiones, no admitían perros, aunque a palabras de Saramago hubiera sido una buena estratagema publicitaria, pues un ser irracional sacaba lo más humano del hombre/mujer. Como bien se puede entender, no era lo humano lo que el Centro quería sacar de las familias sino otras cosas. Cuando Cipriano y la familia Algor-Gacho encontraron a Encontrado, se encontraron a ellos mismos.
Por último, es importante constar que ese Centro se parece mucho a los centros comerciales de esta ciudad (México). Cuando era niño, yo acostumbraba a ir al mercado, después esa costumbre se fue extinguiendo, iba más al “super”mercado, me parecía más completo y sobre todo fascinante. Mientras crecía, los admiraba. Por alguna razón me encantaba ir a ellos, penaba que tenían todos y que eran muy necesarios, no me imaginaba la vida sin ellos, también me gustaba la metáfora de lo real, como al veterano de las sensaciones naturales, parte por miedo a lo real, parte por comodidad, si nos pusiéramos a analizarlo, en términos de D.H. Lawrence, nuestro deseo de aprehenderlo todo, de “conocerlo todo, de hace metáforas de todo y con ello explicarnos el mundo, no es más que pornografía.
En fin, por alguna razón me aleje de los supermercados mucho tiempo cuando “volví”, yo pensé que volvía a aquellas experiencias fascinantes, con música dance de fondo, que estaba de moda cuando era niño, pero me encontré con muchísimas restricciones, concesiones que la gente ya no consideraba como tal, sino como reglas básicas de comportamiento. Encontré gente temerosa, consumista, superficial, despectiva, fijada, probablemente porque ya no era un niño y sabía de la “naturalidad” (maldad) o alienación de la gente pero también encontré que las sillas, con fines “ergonómicos”, ya no te permitían sentarte de lado, tenías que sentarte de frente gracias al diseño de las sillas, también que en las promociones siempre terminabas la transacción en calidad de perdedor, que no podías sentarte en posición de loto en las bancas, luego ya no había bancas, luego ya no podías pasear, como cuando era niño, sino que si no comprabas y consumís tenías la obligación de marcharte. No estaban diseñados, nunca lo estuvieron, pero de niño estaba distraído con tantas bagatelas, para compartir, para charlar, para que se llevará a cabo una relación aparte de las económicas.
Así, como nos pone la muestra la familia de la historia, hay que aventurarse, atreverse, aunque cada vez es más difícil pues los controles son más sofisticados.


Bibliografía
Saramago, José, La caverna, Punto de lectura, México, 2007.

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